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Educación superior y sociedad del conocimiento: De la economía nacional a la «economía de la información»

La ciencia económica se fundamentó originalmente en elementos materiales, tangibles, la riqueza de las naciones: la tierra, el capital y el trabajo. Más tarde, en la medida en que adquirió mayor peso al inicial, se agregó la tecnología, el know-how, que junto con los nuevos medios de producción, la maquinaria y las herramientas, los sistemas de producción masiva, la comercialización y el marketing, la creación y extensión del sistema de propiedad intelectual y de registro de marcas y patentes, impulsado por la teoría y el modelo capitalista, han acelerado su evolución hacia la desvalorización de lo material, lo real, valorizando lo inmaterial, lo virtual, como bien puede apreciarse hoy al hacer el análisis comparativo de los patrimonios de empresas tecnológicas, como Microsoft, Google, Facebook, frente a las que el giro de sus negocios se centra en producción de bienes e inclusive de servicios.

El proceso en busca de información y de conocimiento, y de aplicación útil de los mismos, desde los orígenes de la humanidad y a través de diferentes contextos históricos, ha corrido en paralelo con la necesidad de relacionarse, primero con los suyos, los cercanos, y más adelante con los próximos y los otros, los lejanos. La alteridad le ha permitido al hombre construir su propia identidad. De esta forma, fue tejiendo su red y, al mismo tiempo que satisfacía su necesidad de socializar, ampliaba el horizonte de información y conocimiento, pues al relacionarse con otros grupos humanos aporta los suyos, recibe los de otro. De esta forma, también expande el área en la que intercambia bienes y servicios. Ese proceso de mundialización no ha sido continuo sino que se ha realizado por ciclos, según las condiciones y características del contexto histórico. De allí que se hable de otras etapas, anteriores a la actual, de franca globalización, así como de cierre de fronteras durante siglos, como en el caso de China, coincidente con el descubrimiento de América y el inicio de la modernidad en la cultura occidental.

De esa forma, se ha ido generando el desarrollo humano, más allá del simplemente económico, que “constituye el objeto de la de la sociedad del conocimiento, mientras que la sociedad del conocimiento ofrece al desarrollo humano el ambiente y el marco general más favorable a su crecimiento”. Pierre Levy, miembro de la Real Sociedad de Canadá, argumenta que en cuanto entramos en una economía basada en la cultura de los conocimientos, se vuelve más difícil separar la teoría económica de la teoría del conocimiento, lo que implica no solo una apertura de la economía política a los grandes temas de la epistemología, sino que ésta se pone a pensar su objeto con los conceptos de aquella, por lo que la síntesis será el equilibrio. Después de hacer referencia a Teilhard de Chardin y a la noosfera, el universo dinámico de la información simbólica que produce la especie humana, la esfera del intelecto o esfera de nosotros, la que define como el universo de las actividades simbólicamente coordenadas, presenta La economía de la información, cuya denominación y sustento la reclama el profesor Levy como suya, cuyo objeto tiene que ver con conceptos, ideas o nociones y, por vía de la consecuencia, con indexar los documentos según los contenidos que expresan, independientemente de las lenguas naturales en las que tales documentos se han producido y de los sistemas de clasificación particulares que permiten hoy explotarlos. Esta economía de la información es requisito para las finalidades de la sociedad del conocimiento. Su función última es la de ofrecer a la noosfera, la memoria simbólica, un soporte de representación y de cálculo en el ciberespacio, permitiendo así a la sociedad del conocimiento reflejarse y cultivar, o de administrar, sistemáticamente los conocimientos que generan desarrollo humano”.

Por otra parte, el acceso al conocimiento y su aplicación, traducidos en desarrollo humano y al concepto mismo de economía de la información, son objeto de apropiación por individuos y grupos humanos, lo que da lugar al capital relacional que, en virtud de los fenómenos contemporáneos en los que su crecimiento es exponencial, su distribución –que nunca ha sido general ni igualitaria–, se convierte en un nuevo factor que genera las denominadas desigualdades relacionales, determinantes de la calidad de vida de los seres humanos, de los grupos sociales, pueblos y naciones, según el grado de distribución y adopción del conocimiento y que, además, les permite hacer efectivo el derecho de participar y disfrutar de los avances de la civilización universal en procura de vida digna.

La instantaneidad de la comunicación, al incrementar su dinamismo, ha multiplicado la capacidad de relacionar, conectar, a los seres humanos sin límite territorial alguno, con todas sus ventajas, riesgos y perjuicios. La red de internet, de contenidos ubicuos y de transmisión instantánea, al ampliar el ámbito de sus relaciones personales, las transforma al pasarlas del entorno familiar a círculos de afinidad. Al desaparecer la distancia, por gracia de la virtualidad, modifica el concepto de movilidad, con lo que es posible salir del espacio de relaciones entre los mismos –la homofilia– y pasar a hacer parte de grupos sociales diversos que le aportan nuevos espacios de interés en los que pueda satisfacer inquietudes, vocaciones, intereses en los que florece la creatividad y la innovación, dada su apetencia por saber, ahora se ve desbordada por el tsunami de información y por la diversidad personal y cultural de esos grupos sociales nuevos. De esa manera, su capital relacional también se acrecienta proporcionalmente, incidiendo de forma favorable en su proceso de distribución, por lo que es posible la disminución de la sempiterna brecha de la desigualdad en el desarrollo humano, al menos en aspectos básicos o esenciales.

Tal efecto, sumado a los análisis de las causas del éxito en las políticas de algunas naciones de Asia a partir de los años sesenta del siglo pasado, está siendo asumido en las políticas públicas de países en vías de desarrollo dando a la educación importancia clave a fin de superar los ancestrales niveles de pobreza y desigualdad. Aunque aún se encuentren lejos de asumir el nuevo paradigma de la sociedad del conocimiento y la necesidad de difundirlo igualitariamente a través de los sistemas educativos, como sí lo vienen aplicando de forma emblemática los países escandinavos, los resultados confirman el acierto de esas políticas de gobierno.

En este sentido, una reciente publicación del profesor de la Escuela de Economía de la Universidad de París, Thomas Piketty sobre la evolución histórica de la acumulación de capital y su escasa distribución que genera desigualdades, concluye afirmando que la forma de repartir la riqueza ha sido siempre dominio de la política, y que es necio reducirla a mecanismos económicos. Entre los mecanismos de las dinámicas convergentes que impulsan la distribución de la riqueza, y por tanto comprimen y reducen las desigualdades, la más importante es el proceso de difusión de conocimientos y la consecuente inversión en el desarrollo de capacidades. Ese proceso de difusión cognitiva y de competencias –bien público por excelencia–, facilita tanto el aumento en la productividad como la disminución de las desigualdades.